El Pensamiento Político en la
poética de Víctor Jara
Hablar sobre Víctor Jara, sobre ese hombre de
pueblo que enfrentó la adversidad con su voz, su guitarra y su talento
artístico, es una riesgosa misión, ya que sobre él se han llenado millares de
páginas, realizado documentales, crónicas, películas, etc. No obstante
escarbaremos un poco en sus ideales, su pensamiento político social que lo
llevaba a prestar su ayuda, su hombro solidario a las poblaciones marginales, a
los obreros, los estudiantes, los campesinos, los humildes y olvidados del
sistema capitalista. ¿Qué es lo lleva a este iluminado artista a sembrar sus
cimientos ideológicos y políticos en la masa? ¿Cómo, después de pasar por
varias etapas difíciles en su vida material y espiritual llega a consolidarse
como un líder social, político que trasciende generaciones? ¿Cómo consolida su
pensamiento político con plena convicción en el proyecto de la Unidad Popular?
¿Cómo tuvo esa visión de usar el arte como herramienta de conciencia política y
social del pueblo?
Víctor
Jara tuvo esa capacidad de asumir y asumirse como revolucionario, y cuando tuvo
que tuvo el arma en sus manos supo usarla, extraer todo el poder de “fuego” y disparar
a quemarropa, sostenidos y bemoles, directo al corazón del pueblo, para conquistar
un amor inseparable. En plena época de revoluciones en América Latina, sobre
todo la efervescencia del triunfo de la Revolución Cubana, donde la lucha
armada fue la forma de llegar al poder, Víctor Jara con su guitarra, su voz y
su compromiso con los humildes, también lograba una revolución artística, social,
política. Una de sus tutoras musicales fue la gran Violeta Parra, con quien no
solo compartían su espíritu social, sino también, una identidad existencial de
sus infancias, como la relación con sus padres. En ambos casos sumidos en el
alcohol, el abandono, la pobreza, el desarraigo de su campo Chillanejo.
Víctor Jara vivió la
pobreza en carne propia, vivió el dolor de su madre, por las condiciones de
vida que tenían. Sufrió la angustia de su padre, como obrero, campesino explotado
por ese sistema capitalista que él llegó a detestar. De este contacto con la
pobreza, de esa vivencia desgarradora, se engendra ese rechazo al sistema
injusto y se va formando su conciencia social con la experiencia de su propia historia.
Esa empatía social con las tomas, las poblaciones, son un reflejo de su propia
realidad, de haber palpado la gran diferencia social en su país, rico en
recursos pero que tenía al pueblo en condiciones indecorosas. Obreros mal
pagados, campesinos trabajando las tierras de otros, niños desnutridos, el
pueblo sin casas tomándose tierras, es decir una abierta contradicción
económica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Una sociedad
a punto de colapsar por las injusticias sociales. Y Víctor Jara asumía su
realidad histórica y política, su posición de clase que traía desde la cuna. Su
madre le heredó la guitarra, el canto, la palabra decidora, el grito rebelde
camuflado entre las notas y el trabajo sacrificado para subsistir en esa
sociedad desigual, donde la riqueza de unos pocos, esclavizaba a todo un
pueblo.
El modo cómo los hombres producen
sus medios de vida depende, ante todo,
de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que se trata de reproducir.
Este modo de producción no debe considerarse
solamente en cuanto es la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien,
un determinado modo de la actividad de estos
individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de modo de vida de los mismos. (Marx & Engels, 1968, p.220)
Y
el modo de actividad de Víctor era junto a las masas, ya sea en las
poblaciones, en las salas de teatro, en sus giras, pero siempre con su mensaje
orientado a denunciar a esa sociedad alienante, a dar aliento para continuar la
lucha y romper las cadenas, para liberarse de sí mismos, de ese miedo, de esa
inercia, cuando en “Canto Libre” dice:
(…) Mi canto es un canto libre / que se quiere regalar
a quien le estreche su mano / a quien quiera disparar.
Mi canto es una cadena / sin comienzo ni final
y en cada eslabón se encuentra / el canto de los demás (…) (Jara, 2012, p.102).
a quien le estreche su mano / a quien quiera disparar.
Mi canto es una cadena / sin comienzo ni final
y en cada eslabón se encuentra / el canto de los demás (…) (Jara, 2012, p.102).
Y esas manos eran la masa rompiendo esas cadenas que la oprimían, alentadas por los rebeldes gritos que
disparaba la guitarra. Y cada vez más su compromiso político y su alianza
indisoluble con su alter ego, que era ese pueblo hambriento de justicia, lo
encamina irremediablemente a asumirse como miembro de un partido, que
representaba a obreros y trabajadores en esa incontenible lucha de clases.
Tomar una acción partidaria conlleva, al mismo tiempo que se articula una
estrategia de acción social a través de su canto, el teatro, la docencia,
también debe desenvolverse en el contexto y las estructuras del Partido
Comunista al cual perteneció desde las Juventudes. Y es aquí donde este
motivador social, que le habla a la gente de amor, de solidaridad, de lucha, de
resistencia, de dignidad, se constituye un peligro para los que piensan con la
bota y el fusil. No es raro que Víctor Jara haya caído como caen los hombres
comprometidos, no es raro que haya caído junto a sus hermanos, obreros y
estudiantes, no es raro que haya caído junto a su inseparable guitarra. ¿Qué
temores podría infundir este hombre para tener el fin que tuvo? El temor que
despierta alguien, que con un arma tan poderosa como la justicia, la verdad, la
solidaridad, puede hacer daño a un régimen opresor que pregona lo contrario. Aristóteles (1998) señala:
La injusticia más insoportable es la que posee armas, y el hombre está naturalmente provisto de armas al servicio
de la sensatez y de la virtud, pero puede utilizarlas para las cosas más
opuestas. Por eso, sin virtud, es el ser más impío y feroz y el peor en su
lascivia y voracidad. La justicia, en cambio, es un valor cívico, pues la
justicia es el orden de la comunidad civil, y la virtud de la justicia es el discernimiento
de lo justo. (p.29)
Y
hacia allá estaba encaminado el pensamiento político de Víctor Jara, a la
búsqueda de esa justicia, del bien común de su gente. Entonces, teniendo como
su arma el arte, lo usa como una herramienta política de denuncia y no como un
mero fin comercial. Y es ahí donde radica su grandeza política, en esa visión social,
desprendida de todo acto de individualismo a que el capitalismo conlleva. Esta
década del 60, las banderas de la revolución social comienzan a flamear por
América Latina, y ese ser individual, parapetado en sus miedos y egoísmos, sale
de su estatismo político y conjuntamente con sus hermanos de clase, se politiza
y organiza en los barrios, las universidades, las empresas, dejando de lado su
individualismo existencial para compartirse con su pueblo. Tocqueville (1984)
señala: “El individualismo es un sentimiento reflexivo y apacible que induce a
cada ciudadano a aislarse de la masa, de sus semejantes y a mantenerse aparte
con su familia y sus amigos” (p.89). Víctor Jara hizo lo contrario, el
compromiso social lo lleva precisamente a aislarse un poco de la familia y
abrigar, en las poblaciones, la causa, la lucha y las vicisitudes del pueblo.
Al respecto el propio Víctor manifestó:
Trato de
ser consecuente con lo que digo. Profundizar ideológicamente, estando siempre
en contacto con los trabajadores y tratando de pulir, cada vez más, mi material
de expresión. Y mi canto es una forma de comunicarme con el pueblo. De buscar una integración. De
proyectar la necesidad de ser mejores. Quien quiera interpretar realmente el
alma del pueblo debe recorrer muchos caminos. Y estos caminos no deben ser la
búsqueda de soluciones conflictivas personales, sino la búsqueda y el hallazgo
de sentirse un ser humano útil para los demás. Sentirse compañero de la mujer
que lava, de los hombres que hacen lazos, del que abre surcos, el que baja a la
mina, el que tiende redes en el mar, con su propia compañera, con sus hijos y
compañeros de trabajo. (Casa de las Américas, 1978, pag.17)
Un
niño criado con las máximas carencias, que soportó la pobreza, el dolor de ver
a sus padres sumidos en el trabajo y el abandono social, en vez de convertirse
en un hombre resentido de esa misma sociedad que lo castigó desde pequeño, muy
al contrario se convierte en un hombre sociabilizado, político, una política de
compromiso popular, de compartir su arte, su canto, sus fuerzas para
solidarizar con la clase obrera cuando dice:
Yo canto
a los que no pueden ir a la universidad, a los que viven penosa y duramente de
su trabajo, a los que son engañados por los demás. Todos esos que se llaman pueblo, con toda la magnificencia que
encierra esa palabra (Casa de las Américas, 1978, pag.17).
El
fenómeno social de la Revolución Cubana, demuestra que el pueblo organizado
puede luchar contra el capitalismo y derrotarlo. Se vivía un contraste entre la
felicidad de un pueblo, por haber derrotado a la opresión reflejada en nuestra
América en regímenes totalitarios o gobiernos seudo democráticos, y la agonía de
otros aun sumidos en la expoliación. Y Víctor Jara tenía bien claro el
escenario, así como estaba convencido del papel que podía desempeñar con su
actividad artística, cultural y proselitista, junto a la masa dormida, a la
cual despierta haciéndoles ver que la democracia que le vende el sistema es una
farsa. Que ese discurso que en la sociedad deben existir pobres y ricos como un
designio divino, y que los pobres debían seguir siendo explotados en virtud de
la democracia, era un embuste. Tocqueville (1984) señala:
La sociedad está tranquila, no porque tenga
conciencia de su fuerza y bienestar, sino
al contrario, porque se cree débil y enferma, teme morir si hace un esfuerzo: Todos sienten el mal, pero nadie tiene el
valor y la energía necesarios para buscar el
bien. Se sienten deseos y pesares, penas y alegrías que no producen nada visible ni duradero, como esas
pasiones de senectud que no conducen a más que a
la impotencia. (p.32).
Y
es aquí que aparece este iluminado social para decirle al pueblo que si no se
lucha se está muerto en vida, que esa impotencia se mata con unidad, con
organización, con solidaridad, pero sobre todo con una actitud política
contestataria, rebelde, temeraria. Y en plena toma en la población, codo a codo
con ellos, en esa lucha constante por un pedazo de tierra, por una vida digna,
su guitarra arenga a las masas cantándoles: “¿Por qué el destino nos da / la
vida como castigo / pero nadie se acobarda / si el futuro está conmigo / ya se
inició la toma,/ compañero calla la boca,/ cuidao con los pacos / que pueden
dejar la escoba”. (Jara, 2012, p.76).
Quizá
no alcanzó a aquilatar la enorme carga política y el efecto emancipador de sus
letras; quizá no imaginó que su canto se convertía en acordes que agitaban a
ese pueblo dormido, anestesiado por el oprobio del patrón. Víctor Jara, quizá
sin pensarlo, estaba sembrando conciencia de clase, cuyos efectos hasta hoy
están de manifiesto en las luchas populares de los hijos y/o nietos de esos
mismos obreros, campesinos, estudiantes, hermanos mapuches que lucharon junto a
él cuando cantaba con su guitarra: “(…) En
este hermoso jardín / a momios y dinosaurios / los jóvenes revolucionarios /
han dicho basta por fin. ¡Basta! Que viene el guanaco / Móvil oil special / y
detrás los pacos / móvil oil special(…)” (Jara, 2012, p.49). Ese canto
estimulaba a la masa para unirse y derrotar la injusticia. El legado marxista
nos dice que el motor de la sociedad es la lucha de clases, que la única manera
de lograr un cambio radical, un cambio verdadero es derrumbando la estructura
económica de la sociedad, y eso solo se logra derrocando el régimen obsoleto e
instaurando un sistema justo, donde la equidad social, el bien común, sea el
objetivo verdadero del Estado. Y Víctor lo sabía cuando cantaba “(…) El joven
secundario y el universitario, con el proletariado, quieren revolución (…)”
(Jara, 2012, p.49). Esto es lucha de clases, los términos “proletario” y
“revolución” que aun, después de cuarenta años, se oyen en las mismas calles
que el caminó.
La
virtud del lenguaje poético en sus letras, radica en la carga política que ésta
encierra, un mensaje directo, que para su época era un acto temerario. Pero sus
convicciones políticas, su compromiso con el pueblo, eran más poderosos. Solo
aquellos hombres con una capacidad humana excepcional, como él, se desprenden
de las riquezas de que puede gozar su propio yo, para entregarse desnudo a las
miserias que sufre el colectivo. Espósito (2003) indica:
Cuando
más quiere el individuo defender lo propio contra lo ajeno, más debe dejarse apropiar por la colectividad
destinada a defender esa defensa. Esta metafísica
de la apropiación –en primer término de la cosa y en segundo término de la persona misma que reclama
su posesión- se encuentra plantada en
el núcleo más íntimo de la civilización jurídica occidental. (p.303).
En
este caso, creo que no hay diferencia entre lo propio de Víctor y lo colectivo
de la masa, porque masa y Víctor se convirtieron en un solo e indisoluble
cuerpo, que hasta el día de hoy se mantiene unido, pues Víctor sigue viviendo
en su legado, en sus canciones campesinas, en el cigarrito del indigente, en la
esperanza de la prostituta, en la joven efervescencia estudiantil, en la rabia
del obrero, en las poblaciones que él ayudó a constituir.
Víctor
Jara utilizó todo medio a su alcance para hacer denuncia social, y el teatro
fue otra herramienta para ello. Sabía que todo lenguaje servía para que el
mensaje llegue al pueblo, sabía que, muy al contrario de lo que se pensaba, éste
tenía una sensibilidad cultural para entender, analizar, reflexionar y opinar.
Y en su arte experimenta, reestructura lo estático, lo estético, por lo
movible, lo rebelde. La revolución tenía que ser completa para que sea
verdadera. Sacar el arte de las salas y llevarla a las calles, a las
poblaciones, es un acto que lo revoluciona en su esencia, al quitarle esa
posesión privativa a un reducido nicho cultural elitista y ponerla al servicio
de la masa “inculta”. Al referirse al
arte estético Habermas (1989) dice:
(…) El
arte se había convertido en un espejo crítico, que mostraba la naturaleza
irreconciliable de los mundos estético y social. El costo doloroso de esta
transformación moderna aumentaba cuanto más se alienaba el arte de la vida y se
refugiaba en una intocable autonomía completa. De estas corrientes, finalmente,
nacieron las energías explosivas que se descargaron en el intento del
surrealismo de destruir la esfera autárquica del arte y forzar su reconciliación
con la vida. (p.159)
Y
es precisamente lo que logra Víctor Jara, al dirigir sus energías a ese
reencuentro del arte con su mayor depositario: el pueblo. Esa acción de
quitarle el vestido elegante que tenía y vestir el arte con ropa de pueblo, es
una acción de grandes repercusiones. Así, el arte popular, cumple no solo el
papel de entretener, sino que trasciende a un arte que educa políticamente a la
masa, a librarla de su alienación mental. Arendt (1993) afirma: “(…) La primera
etapa de esta alienación se señaló por su crueldad, por el infortunio y miseria
material que significó para un número constantemente incrementado de “pobres
trabajadores” a quienes la expropiación desposeyó de la doble protección, de la
familia y de la propiedad (…). (p.284) Y con su accionar Víctor luchaba junto
al pueblo en procura de una sociedad que le devuelva al pueblo: la dignidad.
Espiritualidad política y conciencia social.
Cuando le avisan a Victor Jara sobre la muerte de su madre, él se hallaba en plenas clases. Quince años tenía cuando esta segunda pérdida lo embarga, pues años atrás su padre había partido. Su madre se sacrificaba día a día para que Víctor pudiera salir adelante y así poder romper esa pobreza que los abrumaba. No me detendré a detallar los aspectos biográficos de su vida, ya muy estudiados por otros investigadores, ni tampoco hare un recorrido extenso en su discografía ni sus obras teatrales. Quiero detenerme más en la parte vivencial, emocional por las dolorosas pérdidas, que lo pudieron empujar hacia una introspección espiritual, un desahogo, que tal vez decantó en ese apego a lo religioso que lo reducía a su aspecto más íntimo, desprendido de lo propio, lo material, para evocarse al otro, al colectivo que lo elevaba a su máxima esencia humana. Y esta beta espiritual podría ser el punto de partida para su vocación política. Quizá en esa búsqueda interna, cuando entra al seminario Redentorista de San Bernardo movido por el dolor, por la angustia, no pudo encontrar la paz, ni tampoco a Dios, a pesar que la religiosidad siempre fue huésped en su hogar desde su niñez. Quizá notó que esa iglesia no estaba cerca del Dios que el conocía, un Dios de amor, de bondad, al servicio de las masas. Sabemos que históricamente la iglesia, salvo contadas excepciones, ha sido aliada de las clases dominantes. Ya al referirse a la situación del clero en su país, Luxemburgo (2006) afirmaba: “Así el clero, al convertirse en vocero de los ricos, en defensor de la explotación y la opresión, se coloca en contradicción flagrante con la doctrina cristiana: adoran el becerro de oro y el látigo que azota a los pobres e indefensos” (p.94). Algo dentro de la religión no llego a llenar esa carencia espiritual, llevándolo a replantearse nuevamente aquellas interrogantes que lo sumían en un laberinto existencial del cual necesitaba salir. Hegel (1988) plantea:
El principio de la personalidad independiente y
en sí misma infinita del individuo, de
la libertad subjetiva, que interiormente surgió con la religión cristiana y exteriormente –y por tanto ligada con la
universalidad abstracta- con el mundo romano,
no alcanza su derecho en la forma sustancial del espíritu real. (p.176).
Quizá de ese posible desencanto religioso, de ese experimentar
en carne propia, que la iglesia no resolvía el problema que como sujeto lo arrastraba
hacia una soledad irremediable, llega a la conclusión que los dolores de la
tierra se curan en la tierra. Y es más, si la iglesia no podía resolver sus
carencias espirituales ¿cómo podría resolver las carencias del pueblo? “La
religión nos manda creer que, habiendo sacado Dios mismo a los hombres del
estado de naturaleza inmediatamente después de la creación, éstos son
desiguales porque Él ha querido que lo fuesen” (Rousseau, 1985, p.120). Pero Víctor no
creía lo mismo, porque el Dios que él se había idealizado era un Dios de
justicia, de igualdad. Quizá de esta divagación llega a concluir que esa paz
espiritual solo podría lograrse a través
de una acción política. Si Dios creó todo, la tierra es de todos, solo había
que tomarla. Y cantando nos dice:
Qué saco rogar al
cielo / Si en tierra me han de enterrar.
La tierra me da comía,
/ La tierra me hace sudar.
Qué saco sudando tanto
/ Y comiendo poco y na,
Si mi tierra no es mi
tierra / Y el cielo, cielo no más (…) (Jara, 2012, p.28).
Y del cielo baja a la tierra,
toma prestada la voz del hermano de lucha, el uruguayo Daniel Viglietti, e invita al pueblo a desalambrar, a tomar lo
que por justicia y derecho es de todos “de Pedro y María, de Juan y José”, y junto
a ellos resiste en las tomas para reivindicar esa propiedad más terrenal que
divina. Rousseau (1985) en relación a la propiedad indica:
El primero que,
habiendo cercado un terreno, se le ocurrió decir: Esto es mío, y encontró gentes lo bastante simples para
creerlo, ese fue el verdadero fundador de la
sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, cuántas miserias y horrores no habría evitado el género
humano aquel que, arrancado las estacas o allanando
el cerco, hubiese gritado a sus semejantes: “Guardaos de escuchar a este impostor: estáis perdido si olvidáis que
los frutos son de todos y la tierra no es de
nadie”! (p.162)
Y Víctor con su guitarra
arrancaron esas estacas de la injusticia, y en las tomas les grita a sus
hermanos que la tierra no es de nadie y de todos al mismo tiempo. Esa nueva espiritualidad
surge en esa solidaridad con el pueblo, en el actuar político en terreno, en la
práctica, y no en promesas redentoras. Quizá de esas desilusiones en el
Seminario, es que aparece su canto Nuevo, como protesta política, con un esperanzador
mensaje de lucha, para vencer la pobreza. Para Díaz-Inostroza (2007) el
concepto “Nuevo” viene de una idea de San Pablo que habla sobre el dar paso al
hombre espiritual. Que a medida que abandonemos el hombre exterior nos
acercamos más al hombre interior. Que cuando el hombre vuelve a ser a imagen y
semejanza de Dios, vuelve a sus orígenes. Personalmente creo que quizá para
Víctor Jara, el pueblo era su Dios y al fundirse con él volvía a sus orígenes.
Y no es descabellado pensarlo, ya que alguna vez he escuchado a buenos
sacerdotes predicando que Dios está en el mendigo, en los enfermos, en los
desposeídos, en los humillados. Entonces es aquí donde la conjunción social
puede confirmar lo dicho. Hegel (1988) añade:
“El espíritu sólo tiene
su realidad efectiva si se escinde en sí mismo, se da un límite y una finitud en las necesidades (Bedürfnisse) naturales y en la conexión
de esa necesidad (Notwendigkeit) exterior, y penetrando en ellas se cultiva, las supera y conquista así su existencia
objetiva. (p.177)
Creo que es precisamente en
las tomas donde se fortalece el pensamiento político de Víctor Jara, y es en
esa lucha donde se comprueba que el pueblo tiene el poder para lograr los
objetivos que se proponga. Una pobladora de la época relata: “Y gracias a
nuestro triunfo que es ahora que estamos viviendo como gente se dice. Tenemos
nuestro sitio, nuestra casa que es la población Herminda de la Victoria”
(citado en Jara, 2012, p.117). Al respecto Víctor Jara añade: “La compañera
María y también la compañera Amelia, y Norma, me hablaron emocionadas de la
toma de Herminda, mientras nos servíamos un bilz, sonaba la radio y afuera
chillaban alegres los chiquillos. (Casa de
las Américas, 1978, pag.17).
Personalmente, no me imagino a Víctor como
militar. Tal vez, desilusionado en esa juvenil búsqueda sin rumbo, trató de
encontrar refugio en la patria haciendo el servicio, cuando lo común era que
muchos jóvenes, invadidos de la rebeldía hippie, lo eludieran. Pero tampoco en
ese patriotismo encontró alivio. Según Jara (1983) Víctor terminó su servicio
con el grado de sargento de primera y tenía posibilidades de continuar la
carrera para oficial, por sus excelentes notas y conducta militar, pero el dejó
la milicia y volvió a la población. Considero que en ese mundo bélico se dio
cuenta de otra realidad, quizá consideró aberrante que se prepare a hombres
para matar a otros hombres para defender ideas obtusas o capitales económicos.
Y conociendo algo sobre su espiritualidad y su conciencia social, no es raro
que haya sido una de las causas de esa retirada. Quizá ahí tomó conciencia de
cual era su verdadera misión, que no estaba en las paredes del regimiento. Y trata
crear conciencia en sus ex compañeros cuando les canta: “(…) ¿quién te puso las
medallas? / ¿Cuántas vidas te han costado? / Dime si es justo soldado, / con
tanta sangre, ¿Quién gana? / Si tan injusto es matar, / ¿por qué matar a tu
hermano?”. (Jara, 2012, p.56). Y fueron precisamente esas manos las que pocos
años después le quitaron la vida. Víctor no estaba equivocado al huir de ese
mundo cruel y deshumanizado que iba contra su humanismo. Foucault (2003) dice que la guerra no
solo se la hace a los adversarios, sino que se expone a los propios ciudadanos a
que se maten por millones utilizando la estrategia del racismo, de la
inferioridad del otro. Aunque es necesario tener en
cuenta las diferencias entre las guerras convencionales y la guerrilla
revolucionaria como Cuba, Nicaragua, El Salvador, entre otras.
Víctor deja su fusil, dejando atrás
su prospecto militar y toma su guitarra para sumergirse en la masa, en esa
población que era su vida, y nace como un guerrillero artístico, social, un
revolucionario. El mismo Víctor, refiriéndose a una de sus canciones que tienen
que ver con su relación con los pobladores señala:
(…) siempre he querido hacer tantas
cosas, pero tengo que hacer, sencillamente, lo
que puedo hacer. En esta tormenta de imágenes me encontraba cuando el Choño Sanhueza me dijo: «¿Por qué no
escribís algo sobre nosotros los pobladores?»
Fue el empujón que necesitaba, y comencé
a trabajar para el disco La
población. (Casa de
las Américas, 1978, pag.34)
Pienso que Víctor Jara estaba predestinado a ese encuentro consigo mismo,
con su conciencia. Lo religioso aun lo perseguía y se adueñaba de su yo interno
para procesarlo, depurarlo, comulgarlo y devolverlo, libre de culpas, como un
hombre político. La pérdida de confianza en la iglesia, no conlleva una pérdida
de fe, al contrario, potencia esa fe hacia una escala social superior, más
humana, colectiva. Heidegger (1998) dice:
La pérdida de dioses
es el estado de indecisión respecto a dios y los dioses. Es precisamente el cristianismo el que más parte
ha tenido en este acontecimiento. Pero,
lejos de excluir la religiosidad, la pérdida de dioses es la responsable de que
la relación con los dioses se transforme
en una vivencia religiosa. Cuando esto ocurre
es que los dioses han huido. (p.286)
Y es en esa huída de estos dioses, representado
no solo en el Dios cristiano, sino también en los dioses materiales simbolizado
en el dinero, en el patriotismo, en los placeres de la carne, cuando nace un
nuevo Víctor. Al salir de la escuela de Infantería de San Bernardo en 1953,
Joan Jara (1983) nos cuenta: “Volvió a Población Nogales, sin la menor idea de lo
que quería hacer. No tenía preparación, ni perspectivas ni dinero, ni verdadera
familia, ni novia. El futuro estaba en blanco” (p.47). Y este es quizá, el
momento preciso, en ese auto abandono espiritual, cuando encuentra en el pueblo
todo aquello que carecía, y cuando se percata que con su canto y ese pueblo que
lo acogía, tenía todo para realizarse como humano, como compañero, como
revolucionario. Y ahí dejó de caminar sólo, sin rumbo, y se dio cuenta que
podía caminar junto a millares de hermanos. En cuanto la unión del pueblo, Guevara
(2007) manifiesta: “Ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas,
hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el Partido, por
los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan ligados a las
masas y en estrecha comunión con ellas” (p.14). Y en esta primera etapa Víctor
siguió a ese pueblo, a esa vanguardia que se guiaban mutuamente, y que empiezan
a cimentar una acción política conjunta para lo que se venía ya como parte
activa de esa masa y dirigente de un partido, el Comunista que lo invita a sus
filas.
Hace pocos meses me
invitaron a un recital poético musical pro cese de la violencia en Colombia, en
el bar Chanco Seis del barrio Yungay de Santiago, evento patrocinado por
Amnistía Internacional. Ahí compartí mesa con Omar Cid, Psicopedagogo y poeta
chileno, quien también exponía sus trabajos. En medio de los versos, los
aplausos y los choques de copas y vasos, no sé en qué momento Víctor Jara se
nos “coló” en la mesa y nos hizo hablar de él. Omar, que había participado en
varios talleres y debates sobre la vida de este “guerrillero social” me dice
que considera que su pensamiento brotaba de lo profundo, de lo subjetivo, de su
ser liberado. Es decir que su pensamiento se nutre de ese sujeto individual que
una vez libre se lanza a liberar lo
colectivo, al pueblo. Esa conversación con Omar me quedó dando vueltas en la
cabeza, y después de abordar varios textos que hablan del hombre y su
naturaleza humana, esas palabras me hacen sentido. No debe haber sido fácil
para Víctor Jara desprenderse de sí mismo, de sus demonios esos que dominan
nuestros deseos, placeres, envidias, orgullos, metas individuales, etc., que
son parte del hombre como ser. Marx & Engels (1988) dicen:
(…) el hombre tiene
también “conciencia”. Pero, tampoco ésta es de antemano una conciencia “pura”. El “espíritu” nace ya tarado con la
maldición de estar “preñado” de materia,
que aquí se manifiesta bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la
conciencia práctica, la conciencia real,
que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí
mismo; y el lenguaje nace, como la conciencia, de
la necesidad, de los apremios del intercambio con los demás hombres. (p.227).
Víctor Jara tuvo la
capacidad de desprenderse y transformar esa materia en arte, en solidaridad, en
compañerismo, en un lenguaje socializador, en una constante concientización y
politización de la masa, a través de su canto comprometido y correspondido por
su pueblo. El mismo Víctor señala:
La canción nace junto al hombre y su
necesidad de expresar una interioridad subjetiva
y hacerla universal, mediante un acto de comunicación y participación. Es por eso que la canción no hace sino
mostrar aquello que el hombre es, y desde sus
orígenes tiene una estrecha relación con la problemática del existir y el medio
ambiente en el que se desarrolla esa
existencia. (Casa de las Américas, 1978,
pag.20).
Recuerdo, años atrás, algunas conversaciones
con Joan Jara, su mujer y compañera de lucha, cuando en esas jornadas de
reflexión sobre el 11 de Septiembre, en la Fundación Víctor Jara, después de
ver los videos y documentales, ella nos hablaba sobre el Víctor hombre,
artista, compañero. De boca de Joan confirmé que “Voy a hacer un cigarrito” no
es solo una bella melodía, una mera metáfora, que es la pura realidad de las
limitaciones económicas de Víctor, cuando efectivamente recogía decenas de
colillas de cigarrillos de las calles, extraía los restos de tabaco y de ellos
hacía su cigarrillo proletario. Quizá lo vio hacer a otros hermanos de pueblo,
quizá lo inventó él. La conciencia social se va formando desde ese contacto con
su propia realidad, con su entorno, con el odio a ese caos existencial que
significaban las carencias económicas. Pero al mismo tiempo, en el llegar a
comprobar que no hay limitación material que la unidad del pueblo no pueda
superar. Lo que deriva en su accionar político es precisamente ese cúmulo de
dolor ya superado, un dolor aplacado al asesinar sus fantasmas, que se
materializa en el momento que se olvida de sí mismo para encarnarse en el pueblo. Heidegger (1998) manifiesta:
Es sólo porque el
hombre se ha convertido en sujeto de modo general y esencial, y en la medida en que eso ha ocurrido,
por lo que a partir de entonces hay que plantearle
la pregunta expresa de si quiere ser un Yo limitado a su gusto y abandonado a su arbitrariedad o el Nosotros
de la sociedad, si quiere ser como individuo
o como una comunidad (…) (p.301)
Y Víctor Jara lo tuvo claro
desde ese momento, cuando como sujeto libre de culpas, se entrega desnudo a la
masa que le proveen miles de padres y miles de madres, de hermanos, de hijos,
compañeros de lucha y de frío en el barro de las tomas. Y da un salto
cualitativo al asumir su rol histórico que lo erige y posiciona como un líder
no solamente social, cultural, sino también político. Pero no como un político tradicional,
sino como alguien cuyo discurso era su arte, su canto, su acción solidaria. Conocida
es su admiración por Luis Emilio Recabaren, fundador del Partido Comunista.
Según Vera-Pinto (2010) Recabarren es el más grande educador de masas de la
historia y un organizador y líder de los obreros porque: 1ero.- forjó
conciencia de clases en los sectores obreros a través de su educación y ejemplo
y decía que “Es necesario convencer a los trabajadores que son un gran poder,
como no hay otro, para que la fuerza resida en su organización”. 2do.-Porque
creó el partido revolucionario de los trabajadores. El 4 de Junio de 1912,
fundó en Iquique el partido Comunista de Chile y 3ero.- porque se construyó el
movimiento sindical clasista, que había surgido en enero de 1900 con las
mancomunales, las que desaparecieron con la masacre de la Sociedad Santa María
de Iquique el 21 de diciembre de 1907. Considero que una de las razones por las
que Víctor Jara ingresa al Partido Comunista, podría ser ese respeto y
admiración a su fundador, a los ideales, a esa comunión con los trabajadores,
obreros, campesinos, estudiantes que ambos tenían. Y quizá consideraba que el
salto cualitativo, al trascender esa conciencia social a lucha política,
estaría mejor respaldada con la tutela organizacional de un partido con el cual
se identificaba. A Recabarren le canta:
Pongo en tus manos
abiertas
mi guitarra de cantor,
martillo de los
mineros,
arado del labrador.
Recabaren,
Luis Emilio
Recabarren,
simplemente
doy las gracias por tu
luz.
Con el viento,
con el viento de la
pampa,
tu voz sopla
por el centro y por el
sur (…) A Luis Emilio Recabarren . (Jara, 2012, p.94).
Los partidos comunistas de
esa época emanan sus lineamientos de una matriz científica direccional, cuya
teoría se había materializado en el triunfo de la Revolución Bolchevique en
1917 y la Revolución Cubana de 1959, legitimando el concepto marxista de lucha
de clases a través de la lucha armada, para llegar al poder. Según Joan Jara
(1983) para los partidos comunista y socialista chilenos, y para el mismo
Víctor la estrategia en esa lucha era el movimiento de masas, con los
sindicatos, los obreros los estudiantes, los artistas, más que esa lucha
armada. Luxemburgo (2006) indica “(...) No hay socialismo sin lucha de clases.
El proletariado internacional no puede renunciar ni en la guerra ni en la paz,
a riesgo de suicidarse, a la lucha de clases y a la solidaridad internacional”
(p.106). Y Víctor Jara siente especial admiración por esos barbudos “locos” que
con su valentía y el apoyo de obreros, estudiantes y campesinos, habían
derrotado al régimen sanguinario del dictador Batista y librado a Cuba de la
opresión. Díaz-Inostroza (2007) dice que la inquietud por sus temas sociales se
mezcla con la situación de América Latina convulsionada con la Revolución
Cubana, su postura anti-imperialista frente a Estados Unidos, su apoyo al
pueblo de Vietnam. Es decir su pensamiento político da otro salto, ahora como
compañero internacionalista proletario. Y contento a Cuba le canta una guajira son
revolucionaria:
(…) Si quieres conocer
a Martí y a Fidel,
A Cuba, a Cuba, a Cuba
iré.
Si quieres conocer los
caminos del Ché,
A Cuba, a Cuba, a Cuba
iré.
Si quieres tomar ron
pero sin Coca Cola,
A Cuba, a Cuba, a Cuba
iré. (…) (Jara, 2012, p.58).
Aquí como en la canción Móvil oil special, no solo
está presente esa empatía política por los nuevos aires de libertad
latinoamericana y proletaria en general, sino que también ataca otra
transnacional norteamericana expulsada de la tierra libre, la tierra del
pueblo, la que a él le gustaba. Y esta es la época de gritarles a los yanquis
que se vayan de Vietnam cuando canta “El
derecho de vivir en paz”. Y al mismo tiempo que ese grito contra el imperio de
la guerra se va haciendo más agudo, crece la admiración por la rebeldía
popular, por Cuba, por Fidel por el Ché. Y cuando todo el mundo se preguntaba
dónde estaba El Ché, vivo, muerto, peleando en alguna montaña, él le dedica una
canción ratificando su pensamiento político revolucionario. Joan Jara indica que Víctor compuso El Aparecido en 1967, y sale al mercado
en marzo de ese año dedicada “A E. (Ch.) G.” y que no era una incitación a las
armas sino un homenaje a ese hombre que andaba luchando en algunas montañas del
mundo perseguido por todo el mundo por enemigos despiadados que lo buscaban
para asesinarlo (Jara, 1983, p.127). Según la propia Joan, esto le trajo
complicaciones con el partido Comunista, quien le llama la atención porque no
querían verse comprometidos interna e internacionalmente, al relacionarlos con
un método de lucha de clases distinto al que ellos aplicaban a través de la
organización sindical y de masas. Entonces vale preguntarnos ¿Estuvo en la
mente de Víctor un nuevo salto
cualitativo? ¿Habrá considerado en su momento, invadido por esos nuevos aires
de libertad, buscarle compañero a su guitarra y tomar el fusil? ¿Habría dado el
paso de la lucha armada como forma de llegar al poder? La propia Joan responde:
Aunque Víctor era
fundamentalmente una persona pacífica y no violenta, tenía una apasionada conciencia de la verdadera
violencia en que se fundan las privaciones y
la pobreza. Sé que no excluía la posibilidad de que un día hubiera que recurrir
a las armas para poner fin a esa
violencia. (Jara, 1983, p.128)
Me imagino que a Víctor, quien
había roto sus propias cadenas internas para brindarse por entero a la lucha
social, le incomodaría que se tratase limitar su voz, su filosofía de vida, su
empatía revolucionaria, su canto internacionalista, su grito de liberación.
Pero él ya era parte del partido, que en algunos casos, al abrigarnos en su
seno, implican un tutelaje político. “Pues todo partido es una organización que
lucha específicamente por el dominio, y por consiguiente, tiene la tendencia –a
veces oculta– a organizarse expresamente de acuerdo con las formas de
dominación” (Weber, 1997, p.318). No sé
si en algún momento llegó a cuestionar esa limitación a su libertad de expresar
sus pasiones revolucionarias, quizá desenfrenadas, maravilladas de sana “envidia” por un logro libertario que ansiaba
para su querido Chile. Quien sabe si
estuvo obligado a ceder un poco en pro de la materialización de aquel trabajo
político en proceso de maduración para que el pueblo acceda al poder, y
redirigió su pensamiento a la causa común. Igual respetaba la capacidad
organizacional y política de su partido cuando al referirse al trabajo de éste
en las tomas confiesa: “(…) Resulta admirable comprobar el nivel de
responsabilidad y organización que había allí y el enorme papel que desempeñó
el Partido Comunista. Cada toma era una creación de estrategia e imaginación. (Casa de las Américas, 1978, pag.20). El “reto” por la
dedicatoria e identificación con el Ché, no impidió que cantara la canción que
en varios actos y establecimientos. Joan Jara (1983) indica que a pesar que la canción “El Aparecido”
tenía seguidores, también tenía detractores, y que cuando el 8 de julio de 1969
la cantó en el St. George´s College del barrio alto de Santiago, fue insultado
duramente y le gritaban comunista, subversivo. Creo que ese era precisamente el
temor de su partido, esa identificación directa con la Revolución Cubana que
pudiera estropear el proyecto político. Quizá esta coyuntura histórica, de
efervescencia popular detiene su radicalización política, y dosifican su ímpetu
revolucionario. Kant (1993) indica: “Para esta ilustración no se requiere más
que una cosa, libertad; y la más
inocente entre todas las que llevan ese nombre, a saber: libertad de hacer uso
público de su razón íntegramente” (p.167). En la población, en la toma, la
razón que los unía era la lucha, sin más regla que la solidaridad, el
desprendimiento, el amor al prójimo. En algunos partidos políticos puede
existir todo aquello pero regido dentro de una estructura organizacional y
disciplinaria. Y ahí está el dilema que enfrenta al hombre libre con las
normas. Rousseau, 1992 señala:
Encontrar una forma de
asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada
asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y permanezca tan libre como
antes”. Tal es el problema
fundamental cuya solución da el Contrato
social.,
p.68)
Y el pueblo llega al gobierno
representados en el compañero Presidente Salvador Allende, y Víctor Jara se
entrega de lleno a la misión de robustecer las bases, a seguir educando al
pueblo, ya sea con su arte, ya sea como representante cultural del gobierno o
solo como compañero revolucionario. Según Díaz-Inostroza (2007) las letras y
los contenidos de la Nueva Canción se politizan porque los ideales de crítica
social estaban en sus manos. Creo entonces que Víctor Jara estaba claro que se
venía la dura tarea de defender lo conquistado, y la recién derrotada burguesía,
que aun detentaba el poder económico, acechaba y haría lo imposible para
recuperar el poder político. Y para defender el gobierno del pueblo la masa era
fundamental. Marx
& Engels (1988) plantean:
De donde se desprende
que un determinado modo de producción o una determinada
fase industrial lleva siempre aparejado un determinado modo de cooperación o una determinada fase
social, modo de cooperación que es, a su vez,
una “fuerza productiva”; que la suma de las fuerzas productivas accesibles al hambre condiciona el estado social y
que, por tanto la “historia de la humanidad” debe
estudiarse y elaborarse siempre en conexión con la historia de la industria y del intercambio. (p.227)
La Unidad Popular no
representaba un nuevo modo de producción, pero la industria local no pierde el
tiempo en boicotear la economía para perjudicar al gobierno desabasteciendo, y
Víctor, con su canto, denuncia la sucia estrategia y les dice: “Señores, voy a
contarles / lo del abastecimiento / que causa tanto tormento / a gente tan
refinada. / Se quejan de que no hay nada, / que no soportan las colas / cuando
quieren juntar rabia / golpean las cacerolas /.” (Jara, 2012, p.56). Y Angel
Parra convidaba al pueblo a seguir trabajando para fortalecer el gobierno
popular, diciendo: “Compañero abra los
ojos / ya la noche terminó / el trabajo nos espera / y debemos ir los dos. (…)
/” (Díaz-Inostroza, 2007, p.107).
Y Víctor con el teatro, el ballet y el canto arengaba: “(…) Poblador, compañero
poblador/ seguiremos avanzando hasta el final / poblador, compañero poblador /
por los hijos, por la patria y el hogar (…)”. (Díaz-Inostroza, 2007, p.107). Y
él sabía, que como en toda revolución social, ese final podría ser esperanzador
o sanguinario, ese final está en el adn de los verdaderos revolucionarios, en el
“Patria o muerte, venceremos”, como lo hizo el compañero Allende, como lo hizo
el Ché, el propio Víctor y otros tantos mártires que resucitan cada día en la
huelga de los obreros, en la rebeldía de los estudiantes, en la temeridad del
mapuche defendiendo sus tierras. Víctor Jara transformó su dolor en
solidaridad, en libertad, en justicia, en compromiso político con los más
humildes, y para ello usó todas las virtudes y dones con lo que la naturaleza
lo había bendecido: su espíritu y su arte. Y con ello se avocó a la
construcción de un sistema más justo, más humano. Guevara (2007) indica: En
este período de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va
naciendo. Su imagen no está todavía acabada, no podría estarlo ya que el
proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. (p.13).
Víctor era un hombre nuevo que a través de su acción política “parió” miles de
hombres nuevos, de mujeres nuevas, que a la vez parieron otros tantos más para la
lucha social del día a día. La acción política de Víctor Jara había logrado concentrar
una masa de millares de amigos esperanzados con los nuevos aires políticos,
pero la burguesía, aun poderosa, también tiene siervos dispuestos a desenvainar
el fusil y matar sin piedad. Hobbes
(1997) indica:
El más grande de los
poderes humanos es el que está compuesto de los poderes de la mayoría, unidos por consentimiento, en una sola
persona natural o civil que puede
usarlos todos según su propia voluntad -como es el caso en el poder de una república-, o dependiendo de las
voluntades de cada hombre en particular –como es
el caso en el poder de una facción o de varias facciones aliadas. Por tanto, tener siervos es poder; tener amigos es
poder: son fuerzas unidas. (p.41)
Así, ese poder de la masa
que trata defender sus sueños de justicia, que la logró palpar aunque por poco
tiempo, cae abatido por el poder de las armas asesoradas por el imperio. Y
Víctor cae con ellos. Los golpista y sus siervos del crimental ya tienen
identificadas las negras y corcheas “subversivas”, y Víctor cae en las manos de
un “O ´Brien” que, como en “1984” de Radford, trata doblegarlo, junto con otros miles
compañeros en aquel estadio, trata purgarlo, extraerle el comunismo del alma,
teñir su sangre de amarillo, como su prensa mentirosa que había falseado la
verdad sobre Víctor y las reales intenciones de la UP y el compañero Allende.
Ese “O ´Brien” como mano
derecha del marcial poder quería quebrarle el espíritu, reescribir sus
canciones, sobre todo las que denunciaban a móvil oil y coca cola, y torturarlo
hasta escucharle rogar que lo vistan de traje y corbata y lo devuelvan a la
“verdadera sociedad”. Quizá pensaban que habían seguido y estudiado durante
mucho tiempo a este “peligroso” hombre, como
para hacerle la muerte tan fácil. Foucault
(2003) dice: “(…) Así pues, creo que no hay que concebir al individuo como una
especie de núcleo elemental, átomo primitivo, materia múltiple e inerte sobre
la que se aplica y contra la que golpea
el poder, que somete a los individuos o los quiebra (p.38). Pero no pudieron con su
espíritu indomable, no pudieron con ese hombre que hace mucho había dejado de
ser sujeto individual, para convertirse en materia social, en espíritu
político, en alma popular, en canción. Y en vez de quebrarse, denuncia al mundo
los horrores del crimental “O ´Brien”, y nos regala sus últimos versos paridos
de esa tortura, y sacado por otro detenido que lanza al viento su última
denuncia. Clandestinos versos que narran el dolor de los miles hermanos del
pueblo encerrados junto a él:
(…) ¡Cuanta humanidad
con hambre, frío,
pánico, dolor,
presión moral, terror
y locura!
Seis de los nuestros
se perdieron
En el espacio de las
estrellas.
Un muerto, un golpeado
como jamás creí
se podría golpear a un
ser humano.
Los otros cuatro
quisieron
quitarse todos los
temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la
cabeza contra el muro.
(…)La sangre del
compañero Presidente
golpea más fuerte que
bombas y metralla
Así golpeará nuestro
puño nuevamente.
¡Canto que mal me
sales
cuando tengo que
cantar espanto!
Espanto como el que
vivo
como el que muero,
espanto.
De verme entre tanto y
tantos
momentos del infinito
en que el silencio y
el grito
son las metas de este
canto,
Lo que veo nunca ví,
lo que he sentido y lo
que siento
hará brotar el
momento… (Jara, 2012, p.126).
Víctor Jara fue consecuente con sus ideales, y
valiente en su incondicionalidad política al gobierno que representaba los
ideales de la masa humilde, de todos aquellos que tenían el sueño de un Chile
más justo, más humano. Quizá no forjó su pensamiento político en las bibliotecas,
estudiando los clásicos, discerniendo en las fórmulas trabajo-capital-plusvalía y sus variables, sino en el barro mismo,
en las noches frías de las reuniones en las tomas, en una esquinita fumando el
cigarrito y extrayendo consignas de su guitarra. Y considero que eso es lo más
valioso de su idealismo político, que se va engendrando y germinando en ese
campo de experimentación social llamado pueblo, en sus días de pobreza en los
campos del sur, en su infancia; en esa cruda realidad del capitalismo, y lo
difícil que representaba para él y su madre vivir en Santiago. El idealismo
político de Víctor se va moldeando en esa experiencia religiosa y militar. Pero
creo que donde realmente toma cuerpo su pensamiento político-social, es en ese
contacto directo, ese vivir diario y esa participación en las poblaciones
marginales, con su proselitismo político, con su arte y con su canto. Guevara
(2007) refiriéndose a la participación de los artistas en el proceso
revolucionario cubano dijo: “Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros
intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente
revolucionarios” (p.26). Este no es el caso de Víctor, como artista, cantor y
como hombre, desde antes del triunfo de la UP tenía claro su rol histórico,
político, y se entregó por completo a ello y su arte, el teatro, el ballet, la
canción, fueron sus mejores armas revolucionarias. Estaba claro que somos
inmortales, pero que las ideas políticas, su ejemplo, perdurarían en su alter
ego: El pueblo, su masa. Hölderlin (citado por Heidegger, 1998) en su poema
titulado “A los alemanes” dice:
En verdad, nuestro tiempo de vida esta
Estrechamente limitado.
Vemos y contamos la cifra de nuestros años.
Pero los años de los pueblos
¿Qué mortal los ha visto?
Si tu alma alza nostálgicamente el vuelo por encima
de tu propia época, tú en cambio permaneces triste
En la fría ribera
Junto a los tuyos y jamás los conoces.
Es cierto, los pueblos son inmortales, y el
pensamiento de Víctor también lo es, porque trascendió su época a través de su
legado, y hoy es parte de esos muertos
que nunca mueren, que se perennizan en
el alma de las masas, y en sus obras. En su canción social, política,
liberada y liberadora. El mismo Víctor dice:
(…)La canción efectúa una verdadera
acción de limpieza del cáncer que han inoculado
al pueblo los invasores. Les habla de su tierra y la necesidad de recuperar todo aquello que les ha sido robado.
Les habla de la libertad y de aquellos
que luchan en todo el mundo por alcanzarla. Junto a la labor combativa de los más lúcidos, que guían y los
pueblos a su liberación, la canción protesta comunica
masivamente esta labor liberadora. Por eso en su temática aparece el pueblo cubano, estrella guía de la
revolución que vive actualmente Latinoamérica; el
hombre que en la montaña ha empuñado el fusil para luchar por la dignidad del hombre (…).
No creo que se haya logrado
testimoniar toda su obra, sus vivencias y sus actos sociales, sus peñas, su
proselitismo. Sería difícil documentar todo su dinamismo, toda la vitalidad de
este polifacético líder. Personalmente creo que es complicado encasillar su vasta
obra humana a una sola ideología político partidista, porque sería limitar su
versatilidad, su inquietud ansiosa de libertad, de esa liberación que él logró
para sí mismo, y que le permitió dimensionar que la verdadera obra política era
la que se ejecutaba sin ningún interés. Víctor volvió a nacer en la población,
con su canto, su arte, y ese renacimiento espiritual lo devolvió como un
activista de grandes fustes, que ni él mismo alcanzó a dimensionar. Y creo que ese
hombre acariciaba toda idea, todo pensamiento político que tuviera como centro
la libertad, la justicia, la razón humana, la igualdad. “Manifiesto” simboliza
su comunión política con la masa, con la lucha, su “Patria o Muerte” cuando
versa:
(…) Aquí se encajó mi
canto, / como dijera Violeta,
guitarra trabajadora / con olor a
primavera.
Que no es guitarra de ricos / ni
cosa que se parezca,
Mi canto es de los andamios / para
alcanzar las estrellas.
Que el canto tiene sentido / cuando
palpita en las venas
del que morirá cantando / las
verdades verdaderas, (…)
Y Víctor murió cantando las verdades
de la macabra carnicería que empezaba a desangrar la patria. Quizá Víctor Jara,
que admiraba a Recabarren por su lucha a favor de los obreros y el pueblo
explotado, que admiraba a Fidel, al Ché y la revolución Cubana, que admiraba a
Ho Chi Minh por la resistencia a la injusticia, y que admiraba todas las causas
justas, solo era un revolucionario, un humanista, un iluminado social, que
nunca dejó atrás ese campesino, ese estudiante sacrificado, ese cantor
idealista, para quien todos los obreros explotados, los niños de la calle, los
ancianos abandonados, todos esos hombres y mujeres víctimas del sistema
injusto, eran su querida Amanda y su amado Manuel, que aun siguen luchando al
compás de su guitarra.
Antonio Ayoví Nazareno.
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